Rómulo Salazar Ochoa.
La Agencia de Regulación y Control Sanitario, ARCSA,
entidad encargada de supervisar y asegurar la calidad de los productos
alimentarios, incluidos los de fabricación artesanal, está exigiendo que este
tipo de producción también obtenga el registro sanitarioen aquellos alimentos cuyo
consumo no es inmediato en el mercado,y que por lo mismo debe garantizarse su
conservación y transporte, advertidos de que sin tal registroquedarían excluidos
de la actividad productiva.
El registro sanitario implica autorización y control del
uso de conservantes en la fabricación de alimentos; al parecer ello eleva el
nivel técnico y tecnológico de la producción. En tales condiciones, ¿el
registro sanitario garantiza la salud del consumidor?. A pesar del silencio de
los salubristas públicos y privados la ciudadanía sospecha de que el uso autorizado
de conservantes en la industria de alimentos está directamente relacionado con el
creciente número de pacientes y víctimas del cáncer. No en vano se habla hoy de
utilizar en la producción agrícola abono orgánico en lugar del inorgánico.
Es obvio, entonces, que la calificación de la calidad
requiere otros criterios diferentes a los que aplica el registro sanitario.Las
políticas de desarrollo deben proponerun tratamiento sanitariodiferente en la
fabricación de productos alimentarios, en especial para potenciar la producción artesanalen
lugar de asimilarla a las exigencias de dudosa eficacia que se aplicaa la industria,
en la que los productos deben durar mucho más tiempo en el mercado.
Hay cuestiones que no están claras. Los artesanos de
la agroalimentación saben, al igual que ARCSA y del Ministerio de la
Producción, MIPRO, que la obtención de dicho registro requiere de un análisis
técnico de muestras del producto, y que, extrañamente, el costo de ese análisis
oscila entre 1.600 y 2.000 dólares, que, sin ser una excesiva cantidad en el
financiamiento de un negocio, es significativa, incluso prohibitiva para la generalidad
de nuestros productores artesanales, tanto más si ese es el precio que debe pagarse por el
análisis en cada producto. Incluso se estaría exigiendo que cada fábrica
artesanal, al igual que los establecimientos industriales de alta capacidad económica
y tecnológica, contrate un profesional bioquímico “de planta” con salarios de 500
dólares mensuales. Egreso que, por obvias razones, no corresponde al nivel
artesanal.
Un panificador que, obviamente, hace a la vez bollos,
pan de sal, pasteles, mazapanes, cachitos y más variedades de pan, debe pagar
ese valor unitario multiplicado por el número de sus productos; si son 10 ó 15
las variedades de su producción deberá pagar alrededor de 25.000 dólares que,
si bien no es un pago periódico, reducirá la presencia de la fabricación
artesanal en los mercados del país; resultaría difícil incluso una inversión
progresiva, es decir, cada tres o cuatro meses nuevos 6.000 u 8.000 dólares
para incorporar tres o cuatro nuevos productos a su fabricación. Ese es el caso
de otras ramas artesanales de la producción alimentaria como lácteos, cárnicos,
dulce, etc. Muchos artesanos abandonarán tal actividad, quebrarán; los trabajadores
de esos negocios “quebrados” irán a la desocupación. Es una forma de eliminar
lo poco que hay de “aparato productivo”. La producción y el mercado irán
quedando en manos de dos o tres entidades industriales locales o de otros lugares,
incluso del exterior, que sí pueden asumir las exigencias “tecnológicas” que
hacen tales entidades públicas. Nos quedamos en “el viejo país”.
El alto costo de esos análisis de laboratorio se origina,
en parte, en el precio de los insumos que se importan. Debería promoverse
entonces su importación a través del Estado como una de las formas de
democratizar el acceso de los artesanos a la producción. Tampoco puede
permitirse que los análisis de laboratorio continúen como monopolio de apenas
dos grandes negocios privados, uno en Quito y otro en Guayaquil; no más
prácticas de “la larga noche neoliberal”. Un programa de inversión financiera y
capacitación profesionalde laboratoristas pondría al servicio de los artesanos una
red de laboratorios de confiabilidad técnica.
Ni ARCSA ni el MIPRO reconocen la necesidad de
comprometer el sistema financiero “popular y solidario” del país en la tarea de
“democratizar el crédito” destinado a la producción artesanal y de pequeña
industria. El artesanado no requiere obsequios sino apoyo, especialmente en el
financiamiento con plazos e intereses accesibles a su condición y capacitación
para competir. No obstante, estas entidades del Estado no parecen reconocer
estas tareas.
El desarrollo no es un desafío individual de los
ciudadanos; es un compromiso asumido por el Estado, y por lo mismo sus entidades
deben implementar políticas “inclusivas”, diferentes al utilitarismo
capitalista y neoliberal. Al parecer esas entidades desconocen los mandatos que
la Constitución de Montecristi tiene en su acápite de la Soberanía Alimentaria,
Art. 281, referido a impulsar y potenciar la pequeña y mediana producción.¿Cómo
llegan al cargo estos jefes y funcionarios?.Ellos mismosson “elviejo país”. Son
la derecha tradicional. La óptica del pasado.
Los artesanos no deben esperar que el “espíritu santo”
resuelva sus problemas. Deben luchar, requerir del Presidente Correa las
estrategias necesarias, comenzando por depurarsu gobierno del evidente sabotaje
que soporta su política de cambios dirigida a los sectores populares. Caso
contrario no tiene objeto reformar la Constitución para
ir a la reelección.
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